Nocturno Op. 5 No. 4
Si tuviese que elegir mi parte favorita de su
cuerpo, sin lugar a dudas serían sus manos. Sus manos perfectas. Sus dedos
expertos. Dedos de pianista. Dedos que, como tales, siempre saben encontrar la
tecla exacta, el movimiento preciso, la presión adecuada. Dedos que recorren el
teclado de mi cuerpo tocando melodías aun no inventadas. Sinfonía de gemidos,
armonía de placer. Dedos largos, nudosos, ágiles. Finos y dulces. Inexpertos,
pero audaces; aprendices, pero sabios. Suaves al tacto. Delicados en las
caricias. Salvajes en acción. Dedos intrépidos. Agradecidos. Voluntariosos. Dedos
ociosos (sobre mis labios), resbaladizos (entre mis piernas), codiciosos (junto
a mi lengua).
Siempre marcando el tempo adecuado guiados
por el metrónomo de mis latidos. Siempre con una intensidad que va in crescendo hasta arrancar palpitaciones
de los lugares más recónditos de mi anatomía. Inventando arpegios sobre mi espalda
que nunca están desafinados. Componiendo nota a nota mis gemidos sin saltarse
nunca los compases. Tocando el concierto entero de mi cuerpo sin mirar jamás la
partitura… Dedos perfectos en manos perfectas. Manos
musicales. Manos sensuales. Manos magistrales como Mozart. Románticas como
Chopin. Virtuosas como Liszt. Sobrecogedoras como Bach. Manos capaces de
relajar más que una nana de Tchaikovsky o de hacer vibrar como el tercer
movimiento del Claro de Luna.
Manos fuertes a la par que dóciles. Manos callosas
pero también tiernas. Manos que regalan placer y exigen obediencia. Manos que
ejercen sobre mi cuerpo el mismo poder que el director sobre la orquesta.
Manos
que se vuelven violentas para conseguir su propio placer. Manos que, tras la
batalla librada bajo el edredón, dejan heridas de guerra sobre la piel. Manos que
me agarran, me paralizan, me utilizan… y me acarician, me miman, me dominan.
Manos que encajan a la perfección en los recovecos de mi cuerpo extasiado. Manos que deleitan tocando cualquier instrumento sin necesidad de haber ensayado. Manos sorpresivas. Manos inofensivas. Manos para el placer. Manos para el piano…
Manos dictadoras que se complacen gobernando sobre un cuerpo abandonado a la tiranía del orgasmo.
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